
“Era la gloria vestida de tul/ con la mirada lejana y azul/ que sonreía en un escaparate/ con su boquita menuda y granate/”.-
Las estrofas de la canción de Joan Manuel Serrat, provenientes de su primera etapa de cantautor, han quedado relegadas a la memoria auditiva de los melómanos adeptos a su canto.
El maniquí, en cuanto escultura útil- encasillable en el arte mimético, disponible para lucir la artesanía del vestuario en la industria actualizada de la moda, se ha instalado en la rutina de los espectadores consumistas durante más de medio siglo.
La evolución de la figura humana femenina ha ido variando en cada década. En la ciudad talquina, a partir de los noventas, son las multitiendas las que instalan los estereotipos europeos longilíneos en las vitrinas y salas de venta.
En los primeros modelos de maniquíes, los de los cincuenta-sesentas, predominó un cierto hieratismo postural.
En las tiendas tradicionales talquinas los modelos de maniquíes corresponden a una suerte de fisonomía corporal intermedia, cercana a la figura corporal de las estrellas del cine de Hollywood.
Durante el 2000, acudí a una galería comercial talquina para fotografiar un maniquí anticuado al que nunca le modificaban la pose. En el momento de ajustar el enfoque, se presentó la dueña del local; dijo que era la administradora de la galería. Informó que fotografiar la vitrina estaba penado por la ley y, enseguida, amenazó con llamar a la policía.
Ese modelo de maniquí estaba exhibido en otro local comercial, donde le habían adaptado la misma pose. El decorador lo vestía con prendas de vestir interior sugeridas para cada estación.
A comienzos del 2005, el decorador de la vitrina lo había puesto un corbatín de colegial de un establecimiento de educación secundaria y la blusa blanca del diseño del uniforme de las estudiantes. La blusa no estaba abotonada y los pechos los cubría un sostén blanco de compleja elaboración. El color del calzón-tanga era de un celeste infantil.
Gracias a que está provisto de articulación en el hombro, el codo y la muñeca, la pose del maniquí permitía que fuese semiocultado el semblante que, en atención a los rasgos fisonómicos, es identificable con el de una mujer adulta, no de una adolescente.
En aquel inicio de estación , por la única vez, el anónimo decorador dejó entrever su imaginería libidinal, guardada y conservada en una atmósfera de constreñida propensión al estupro.