lunes, 9 de marzo de 2009

Concierto


13 de Enero DE 2009.- Concierto Dúo de Guitarra y Canto.
Ilse Simpfendorfer y Alberto Pérez.
Sala Emma Jauch,
Centro de Extensión de la Universidad de Talca.
A las 20:00 horas la audiencia, alrededor de medio centenar de personas, en espera está compuesta por personas de la tercera edad, melómanos que se conocen entre sí y seguros asistentes a los conciertos que se ofrecen en Enero y aparentemente son vecinos del sector residencial próximo al Centro de Extensión.
Las sillas las han dispuesto en tres grupos y enfrentan el mural Chile que ocupa la extensión del muro norte, dejando un limitado espacio como escenario. En la última corrida de sillas distingo a Roberto Aravena, el Amigo del Arte. Me dice que en esos mismos instantes en otro centro universitario exhibirán la película Brasil. Me pregunta si la he visto. En un teatro independiente presentan una obra, agrega. El no sabe si quedarse o partir a una de las dos actividades.
Entre los asistentes no se encuentra la Directora del Centro, María Teresa Guerra. Es una extrañeza, porque siempre está recibiendo al público. Cada vez que se ofrecen recitales los dípticos informativos están puestos sobre las butacas o las sillas; esta vez hacen entrega de un ejemplar cuando el espectador ha tomado asiento. Me llega uno y al leerlo descubro una novedad: entre el texto del curriculum aparece el teléfono de los intérpretes, la dirección de su domicilio y su correo electrónico y escuetamente se lee que esa información es para su contratación. Estos datos no son habituales. No tengo registro en mi memoria de algo semejante.
La conversación con el Amigo del Arte ha derivado al tema del amor y las dificultades con las mujeres jóvenes actuales. Según Aravena sólo se preocupan del carrete, no son fieles y si el varón no dispone de dinero no hay expectativas de continuidad. Le replico que sus probables dificultades estriban en que él es muy exigente y lo invito a contemplar las mujeres presentes, cosa que a él no le parece.
Antes que lleguemos a cualquier conclusión, ingresan los intérpretes. Ilse Simpfendorfer lleva un vestido negro de una pieza y –curiosidad en una cantante, que la diferencia con las que han participado en temporadas anteriores- sobre su hombro izquierdo sujeta un chamanto con su mano derecha. Alberto Pérez viste una ancha camisa blanca, tipo guayabera, con lo que desplaza la formalidad en el vestir que uno suele presenciar. Dice que interpretará una tonada, que luego se centrará en su presentación y en un segundo tiempo Ilse hará su propia actuación. Luego saca de su guitarra los acordes de una tonada e Ilse descubre un pañuelo blanco que había ocultado bajo el chamanto y, mientras canta Alberto Pérez, y lo agita en su mano para hacer el delicado movimiento de la cueca. Terminada la pieza musical, ella se retira de la sala.
A continuación, Pérez interpreta canciones en francés y en español. Canta canciones de Violeta Parra. Interpreta canciones propias, musicalizadas a partir de poemas de poemas de Pablo Neruda. Entre las canciones, cuenta con una naturalidad propia de un encuentro con un cantautor en un pub, que se hizo ciudadano suizo tras haber arribado a su exilio, que cumple las funciones de concejal y, dado su dominio de tres de los cuatro idiomas que se hablan en Suiza, hoy él es quien acredita las solicitudes para obtener esa ciudadanía. El dominio de al menos uno de los idiomas es requisito insalvable.
La audiencia se empieza a distender y a los comentarios humorísticos de Pérez (‘Ahora cuando vengo, veo una acequia y me emociono. Allá no hay acequias’) se escuchan risas y breves intentos de interlocución espontánea. El cuenta entre sus anécdotas el encuentro con Charles Aznavour, ‘un viejito chico y canoso’, el mismo día en que oficialmente le entregan la ciudadanía suiza. Para celebrar este esperado acontecimiento, en un recinto comunitario han organizado un sencillo cóctel. Sentado en un extremo del salón, Pérez reconoce a Aznavour. Se acerca, y le comenta que él había asistido a ver sus presentaciones en Chile, antes del setenta y tres. Aznavour lo mira y exclama: ¡Ah, usted es chileno!’ .Cuando escucho esas anécdotas, observo que ha llegado la directora del Centro y se ha sentado entre el público y no en primera fila, como siempre suele hacerlo.
Entre anécdotas e interpelaciones y humor, la decena de canciones se disfrutan en una atmósfera inusual. Antes que termine su presentación, el Amigo del Arte se retira.
En la última interpretación, Pérez anuncia que habrá un receso de cinco minutos y luego Simpfendorfer ingresará para hacer su presentación. E informa que ésta es la primera vez en que hacen una presentación juntos.
Nadie se mueve de su asiento y se percibe que el lapso transcurre rápido.
Cuando se reinicia la presentación, Ilse Simpfendorfer ingresa nuevamente y esta vez viene ataviada con las joyas mapuches tradicionales, el trarilonko, adornado con las cintas de los colores de la bandera mapuche, y un sikil de tres cadenas. El público está sorprendido y admirado. Ella dice que interpretará tres canciones en mapudungun, acompañada de pérez en la guitarra, aclarando que no es rigurosa en cuanto interpretación porque el canto debe ser a capella, y previamente traducirá el mensaje de cada canción. La interpretación que hace enseguida está dentro del estricto canon del canto lírico. La audiencia escucha en un silencio de alta reconcentración. Y es la primera vez que escucho una pieza musical en mapudungún en la programación de la extensión universitaria. Luego, canta piezas operáticas, haciendo una breve introducción.
En la penúltima interpretación, cantan a dúo la tonada a Manuel Rodríguez, con letra de Pablo Neruda.
Lo que viene a continuación no es la guinda de la torta: Pérez anuncia que cantarán a dúo una canción-homenaje a ‘otro guerrillero, al Che Guevara’. El semblante de la directora del centro de extensión mantiene una sonrisa imperturbable, pero a la piel de su rostro la domina una coloración rojiza. Y se largan a cantar un son cubano… “tu entrañable transparencia, comandante Che Guevara…”
Los asistentes aplauden cuando se retiran y siguen aplaudiendo con igual brío y los cantantes no pueden traspasar el umbral de la sala Emma Jauch, como si el brío de los aplausos fuese un cálido obstáculo. Y vuelven a ubicarse en el improvisado escenario y en ese silencio agradecido de los asistentes indican que interpretarán la canción que dice: “Se equivocó la paloma, se equivocaba…”.
Se retiran definitivamente y los aplausos se distancian, pero, a diferencia de otros conciertos, se produce espontáneamente una proximidad física, porque el público sale detrás de los cantantes y, al encontrar cerrada la puerta de la oficina de la dirección, la gente los alcanza, estrecha sus manos, los felicita y agradece sus canciones. Cuando me acerco, Pérez me dice: ‘¡Estoy emocionado de verdad!’. No tiene para qué decirlo porque la cortina húmeda en sus ojos ha puesto brillo en su mirada. Ilse Simpfendorfer sonríe y agradece cada gesto de aprecio que hombres y mujeres le manifiestan atropelladamente.
La pregunta acerca de qué gatilló un comportamiento proactivo en el público, usualmente formal y contenido, queda rondando. Pudo ser el hecho de que Pérez comunicará abiertamente la faceta de enamorados que ambos viven por estos días. Pudo ser el rango performático decoroso que asumió Ilse Simpfendorfer cuando interpretó los tres cantos mapuches. Pudo ser la abierta exposición de la cultura musical del exilio y el homenaje al máximo icono izquierdista. Pudo ser que lo autóctono superó lo internacional culterano en la apreciación artística que hiciera el público.

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