
Al final de la dictadura ya no asustaba saludar en la calle a alguien que cargaba bolsos deportivos repletos de propaganda política. A veces, a uno le pasaban un paquete de volantes con el acuerdo de repartirlos, lanzarlos, dejarlos ‘olvidados’ en algún transitado lugar público. Este gesto constituía una especie de acuerdo no declarable.
A pocas semanas del plebiscito de 1988, en la Avenida Cancha Rayada, en un paradero de buses donde permanecían bastantes pasajeros esperando un microbús, divisamos que desde una camioneta Chevrolet alguien lanzaba un paquete de volantes con propaganda anticoncertacionista. La gente no se movió. La camioneta se desplazaba a unos 30 km/h .
En la primera semana de Noviembre, cruzando la Plaza de Armas por la diagonal norponiente –suroriente, una mujer se acercó a ofrecer información de un candidato presidencial. Tal vez, suponiendo que rechazaría su ofrecimiento, dijo: ‘Tómelo, por favor; sólo por recibirlo…’ Se subentiende en ese enunciado que el afán proselitista no era prioritario, que estaba ahí sólo por la oportunidad de un trabajo part-time. Revisé los dos dípticos: uno contenía el programa de gobierno.
Dos horas después, recorrí el mismo sitio y se acercó una mujer joven. Me entregó una miniatura de pancarta, diciendo que era el mensaje de un jardín de párvulos, anexo de una congregación religiosa. Comenté que estaba informado que allí hostilizaban a los docentes sindicalizados. Primeramente, ella eludió responder, pero después dijo: ‘No sé; yo no estoy en el sindicato’.
Al revisar la minipancarta, leo dos leyendas, encerradas en globos, al modo del comic. En una se lee que ese día se celebra el de la discapacidad. En el otro, se enuncia que de todos los tipos de discapacidad ‘la única peligrosa es no tener corazón’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario