Cuando se armaban los toldos para cobijar a los visitantes a la fiesta costumbrista inventada por el alcalde, el noticiero televisivo informó que un abogado se querellaba contra el poder alcaldicio por el uso dado a la Plaza de Armas, sitio sede de la fiesta. El abogado no defendía la Plaza. Su interés se basaba en cautelar su seguridad personal, junto a otros vecinos, por ejemplo al denunciar que no se disponía de vías de acceso para una ambulancia en caso de urgencia.
Por otra parte, la cuestión es que la remodelación de la Plaza Cienfuegos debía ser, en su actual diseño antiteatral, el sitio adecuado para servir a los actores ciudadanos desde sus diversos y variados intereses.
Ante la querella en curso, cabe esta pregunta: ¿por qué el alcalde prefiere quedar como inhumano (la lógica del abogado querellante es irrebatible) a ocupar la Plaza Cienfuegos para su invento festivo?
Por una sola razón: él resultó vencido en la guerra simbólica, cuyo escenario fue la frontera norte de la Plaza Cienfuegos: Las Escuelas Concentradas, establecimiento escolar colapsado por el terremoto y sin embargo reutilizado por los estudiantes secundarios como soporte para colgar un pendón negro que captura la mirada del transeúnte: los muros están pintados de un deslucido color cálido, donde se lee que no aceptarán migajas en la respuesta al petitorio de su movilización.
Así ocurre entonces que el alcalde está amarrado, casi de un modo “bíblico”, porque en ese sitio urbano no puede invitar a comer a destajo cuando en un pendón negro titila la palabra “migajas”.
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