
En las agencias de publicidad aún es un lugar común: si un cliente demanda un diseño o una imagen de excelencia académica, su nombre o mensaje será escrito con tipografía itálica.
Tal digresión está vinculada con la observación que el espectador puede hacer al dirigir la mirada a la fachada del nuevo edificio del Colegio Santo Tomás, establecimiento construido en la intersección de la Avenida Schorr y Concha y el Camino a Colín. Allí, apoyándose en el muro frontal, las letras que forman las consonantes y vocales del nombre del establecimiento sobresalen al menos un metro sobre el nivel de las techumbres y su altura equivale al treinta o treinticinco por ciento de la altura de las salas de clase.
El término de la lectura culmina con un estilizado supuesto retrato del patrono del colegio. El retrato está inscrito en un círculo y la figura, representada en el gesto del lector –escritor, enfrenta las letras que la designan.
Se podría inferir que el retrato del santo operase como el punto del nombre de fantasía, Colegio Santo Tomás.
Las letras itálicas, confeccionadas en aluminio pulido, se recortan sin aspaviento contra el cielo. Sin embargo, entroncan abruptamente contra el retrato del santo, pintado sobre una porción de la fachada que se eleva en muy poca medida sobre la altura de consonantes y vocales. La construcción que soporta el retrato semeja un ultra estilizado minarete.
El, o los arquitectos, quieren exponer al usuario y al espectador a una imagen corporativa ofrecida como sintagma compuesto por signos escritos y visuales, con una perentoria carga triunfalista. Para ello, ha asimilado índices formales de notoriedad desde imágenes corporativas dedicadas a otros rubros económicos, y las ha trasladado al de la provisión de educación.
Cabe preguntarse acaso la solución tan contrastante (tamaño de letras versus la altura de los tres pisos de la fachada) vendría dada con una rotunda ampliación del retrato del patrono.
O también cabe la posibilidad que en el diseño de la fachada y el tamaño de las letras, el arquitecto sabiamente supo interpretar y expresar el proyecto educativo institucional.
Tal digresión está vinculada con la observación que el espectador puede hacer al dirigir la mirada a la fachada del nuevo edificio del Colegio Santo Tomás, establecimiento construido en la intersección de la Avenida Schorr y Concha y el Camino a Colín. Allí, apoyándose en el muro frontal, las letras que forman las consonantes y vocales del nombre del establecimiento sobresalen al menos un metro sobre el nivel de las techumbres y su altura equivale al treinta o treinticinco por ciento de la altura de las salas de clase.
El término de la lectura culmina con un estilizado supuesto retrato del patrono del colegio. El retrato está inscrito en un círculo y la figura, representada en el gesto del lector –escritor, enfrenta las letras que la designan.
Se podría inferir que el retrato del santo operase como el punto del nombre de fantasía, Colegio Santo Tomás.
Las letras itálicas, confeccionadas en aluminio pulido, se recortan sin aspaviento contra el cielo. Sin embargo, entroncan abruptamente contra el retrato del santo, pintado sobre una porción de la fachada que se eleva en muy poca medida sobre la altura de consonantes y vocales. La construcción que soporta el retrato semeja un ultra estilizado minarete.
El, o los arquitectos, quieren exponer al usuario y al espectador a una imagen corporativa ofrecida como sintagma compuesto por signos escritos y visuales, con una perentoria carga triunfalista. Para ello, ha asimilado índices formales de notoriedad desde imágenes corporativas dedicadas a otros rubros económicos, y las ha trasladado al de la provisión de educación.
Cabe preguntarse acaso la solución tan contrastante (tamaño de letras versus la altura de los tres pisos de la fachada) vendría dada con una rotunda ampliación del retrato del patrono.
O también cabe la posibilidad que en el diseño de la fachada y el tamaño de las letras, el arquitecto sabiamente supo interpretar y expresar el proyecto educativo institucional.
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